LECCIONES APRENDIDAS DEL FREGADERO DE LA COCINA

Durante todo el tiempo que he vivido en el Ashram me he preguntado por qué la cocina, que da de comer a 250 o 300 aspirantes diariamente, sólo tiene un fregadero. Pero mantuve una actitud de aprendizaje y traté de no comentar lo que, en mi opinión, podría haberse hecho de forma más lógica…, pero la pregunta nunca desapareció de mi mente.

¿Cómo es posible? Cada vez que uno estaba en el fregadero y trataba de lavar los platos durante un lapso de dos horas más o menos, alguien intervenía gentilmente y solicitaba o bien llenar un pequeño recipiente de agua para limpiar el mostrador, o enjuagarse las manos entre cocción y cocción, o bien necesitaba el fregadero ya que le apetecía una taza de té, la aspirante que estaba a punto de picar cilantro traía su escurridor para enjuagar las hojas y la que quería batir suero de leche requería también el fregadero… ¡y así el flujo de usuarios seguía sin interrupción!

Un fregadero pero muchos aprendizajes

Así que el montón de platos se lavaba a un ritmo escalonado pero uniforme que tenía en cuenta todas las interrupciones.  Nadie cuestionó nunca la ausencia de otro fregadero. Un solo fregadero se aceptaba como una forma de vida. Todos estaban contentos

Me esforcé por alinearme con todos, siempre pensando que un par de fregaderos más habrían sido la forma más eficiente de hacerlo.

De repente, hace sólo un par de días un nuevo entendimiento se deslizó en mi conciencia.  Este fregadero no era más que el “diseño divino” de Dios.  Había estado usando mi limitado intelecto todo este tiempo. Pero la espiritualidad está más allá del intelecto. Así que tuve que mirar más allá del escenario ilógico y ver el verdadero propósito que este fregadero estaba cumpliendo. Me di cuenta de que Dios no quería simplemente lavar los platos. Quería crear divinidad en los aspirantes.

Este fregadero lo ponía a uno en un aprieto, ya que tenía el potencial de precipitar las fallas dentro de uno: la más mínima irritación podía ser fácilmente percibida por el aspirante que interrumpía y que ahora estaba justo al lado de uno. Así que había que desarrollar la paciencia y también el amor, para que cada interacción fuera suave y amistosa e incluso sublime.

Las interrupciones en el fregadero de la cocina han servido como un momento para empujar al otro y decir algo honesto, compartir algún consejo o corregir un error como “tienes el grifo demasiado abierto, estás desperdiciando agua”.  Lavar los platos durante esas dos horas era en realidad una mera excusa para ver ampliamente lo que era, que cada uno de nosotros tenía la oportunidad de lavarse y arreglarse por dentro.

Nuestro fregadero nos ha dado lecciones prácticas sobre cómo estar en modo de aceptación total e incluso ha conseguido que yo aprenda a ir más allá de mi intelecto. Sin esta incomodidad divinamente orquestada, ¿dónde habríamos conseguido esta situación casi de laboratorio que induce a la transformación interna?

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